Puede que alguno lo haya empleado en alguna ocasión, pero seguro que todos nos hemos topado alguna vez con estos rojizos sellos de lacre. Pero, ¿acaso sabemos de dónde provienen? Su origen más remoto nos hace retroceder hasta las primeras poblaciones... En la entrada de hoy vamos a curiosear sobre la gran variedad de usos que se le han otorgado y el importante papel que han cumplido a lo largo de la historia.
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Los primeros sellos
Etimológicamente la palabra sello proviene del diminutivo latino sigilum que venía a significar "signo, marca o insignia (signum)". Pero esta misma palabra dio lugar a un cultismo que hacía referencia a algo silencioso, secreto y cauteloso. Ya que todas las cosas custodiadas y guardadas a través de estos sellos, no estaban al alcance o contemplación de cualquiera.
No obstante, su origen se data muchos siglos antes, al 4000 a.C. En la época de las antiguas civilizaciones mesopotámicas y del antiguo Egipto, ya existían sellos en diversos materiales (metal, piedra, plomo o cerámica) o formas (cónica, cilíndrica o en anillos), y cuyos diseños proyectados en relieve se imprimía sobre una superficie blanda, bien en arcilla o cera, que, para cuando se secaba y endurecía, permitía la conservación de dicha imprimación.
Con el paso del tiempo, la genérica población analfabeta que no sabían leer ni escribir hacía uso de estos sellos con el fin de validar sus documentos o a modo de firma personal con la cual señalar sus posesiones.
Los sellos de lacre
Los sellos en lacre no surgieron hasta la Edad Media, y exclusivamente en entornos de poder como la monarquía, las cortes reales o los obispados, servían para autentificar ciertos textos o como seño distintivo de decretos de emisión oficial. Ya desde sus inicios, la Cancillería pontificia puso en uso las bulas papales, unos antiguos documentos doblados o enrollados que se aseguraban a través de sellos plomo y con los que marcaban la importancia y confidencialidad de una gran variedad de documentos de la administración clerical. Incluso, y en caso de que fuera un manuscrito de importancia, se añadía un sello a mayores, un sello en oro conocido como bula aurea.
Aunque se siguieron usando con estos fines, desde el siglo XVI los sellos de lacre se popularizaron principalmente en el envío de cartas o documentos. La rigidez de la arcilla una vez enfriada garantizaba la privacidad de los escritos y permitía a sus destinatarios saber que su carta no había sido abierta durante el proceso. Ya durante el siglo XIX comenzaron a utilizarse para sellar y proteger cargas o mercancías.
En cuanto a los diseños de los sellos, por lo general respondían a las heráldicas de los individuos, casas, familias u organizaciones desde los cuales eran enviadas la carta. Por esta razón, en muchas ocasiones las familias más influyentes usaban estos sellos con su emblema como identificador de sus distintas posesiones, entre ellos los bienes que conformaban su patrimonio.
Así hemos podido apreciarlo en una de las últimas piezas que ha entrado en nuestra colección, una sobresaliente naturaleza proveniente de la escuela fundada por uno de los grandes paisajistas flamencos, Paul Bril. En su parte posterior de la tabla, un sello nos indica el apellido e inicial de los posesores de la obra, los que muy probablemente fueron una importante familia de coleccionistas alemanes: F. Schrölft.
Paul Bril, nacido en Amberes en 1554, fue un pintor, dibujante y grabador flamenco. Se crio y formó en una familia de artistas, ya que su padre y su hermano eran también pintores. Inició su formación artística en Amberes, para unos años más tarde, hacia 1582, trasladarse a Roma, donde llegó a colaborar con su hermano pintor, el artista Mattheus Bril, en distintos trabajos.
En sus primeras obras demuestra la influencia imperante del paisajismo flamenco, tendencia inaugurada por Pieter Bruegel. Son obras que denotan un sentido de la naturaleza exuberante, dramático y abigarrado, construidas mediante horizontes altos y franjas de luz y sombra muy contrastadas para crear sensación de profundidad. Sin embargo, al conocer la tradición del paisajismo italiano, sobre todo la obra de Annibale Carracci (en línea con una estética más clasicista), su obra se tornó más serena y equilibrada, presentando así unas transiciones más suaves entre planos y un tipo de iluminación más uniforme.
Aunque realizó también grandes frescos, su obra es especialmente conocida por sus pequeños paisajes sobre tabla o sobre cobre, donde puede representar diversos temas y tipos humanos, desde peregrinos, ermitaños rezando, pescadores, mendigos, etc. normalmente en marinas tempestuosas, grandes enclaves boscosos, colinas rústicas entre antiguas ruinas... por lo que también se las conoce como vistas ideales o vistas de fantasía. De entre sus mecenas destacan el cardenal Francisco Borromeo, en Milán, o el duque Fernando Gonzaga, de Mantua.
Su taller de Roma, activo desde la década de 1590, resultó un foco de atracción para otros artistas. Algunos de sus seguidores fueron Willen van Nieulandt o Cornelis Vroom. A parte, sus marinas ejercieron una importante influencia sobre las ejecuciones de Agostino Tassi, así como sobre Claudio de Lorena, el mayor exponente de la vertiente clásica del paisajismo.
Su obra resultó desde los inicios muy apreciada en los Países Bajos, pero es necesario destacar además su papel como uno de los iniciadores del paisaje italiano moderno, que cobró una importancia vital en siglos posteriores, especialmente el XVII, llegando a influir sobre artistas como Claudio de Lorena. El gran pintor Rubens llegó a intervenir en una de sus obras, Paisaje con Psique y Júpiter (hacia 1610, conservada actualmente en el Museo del Prado).
Esta obra en particular está atribuida, según lo indicado en la parte inferior del propio marco, al taller o Atelier de Paul Bril. Tras un detallado estudio de la obra y sus característica, desde Fragonard Interiors hemos llegado a la conclusión de que, encajando con su estética naturalista, la obra pertenece a Willem van Nieulandt II, el más paisajista de sus dos discípulos directos.
Se trata de un óleo sobre tabla realizado en el siglo XVI y, dividido en dos planos, un magnífico paisaje se presenta ante nosotros. En el primero de ellos, unos viajeros parecen entrar en la composición por la esquina inferior derecha, haciéndonos participes de la escena y guiando nuestra vista hacia las elevaciones rocosas situadas al fondo de la composición. En el segundo plano se advierte la ciudad a la que parecen dirigirse, de la que destacan las altas agujas de las construcciones. Por último, el plano restante se compone de las montañas que aparecen al fondo y el cielo nuboso. Destaca también la paleta de colores, en tonos marrones para ese primer plano rocoso, con apenas vegetación; a partir del segundo plano, el marrón comienza a mezclarse con el verde y el azul, para dar paso por fin en el último plano al cielo azulado. La pincelada es académica, precisa detallista. Esta composición es la característica de la obra de Paul Bril.
Willem van Nieulandt (1584 - 1635)
De sus dos discípulos más directos,
aquellos que conformaron su escuela romana, mientras que Cornelisz.
Vroom se especializó en los paisajes de marinas, Adrien van Nieulandt se
ocuparía principalmente de la realización de naturalezas, de imágenes
urbanas o de escenas de ruinas romanas. Su padre, Adrien van Nieulandt
I, ya había nacido en el seno de una familia de artistas de origen
flamenco en Amberes. Nieulandt I mantuvo el legado familiar y sus tres
hijos, Willem van Nieulandt II, Adriaen van Nieulandt y Jacob van
Nieulandt, se convirtieron en pintores.
También conocido como Nieuwelandt, muy
probablemente comenzó su formación dentro del ámbito familiar, más
tarde, en 1599, entraría como alumno en el taller de Roelant Savery.
Solo dos años más tarde, en 1601, lo encontraremos en Roma, donde
destaca su afinidad con Paul Bril, del cual recibirá numerosas lecciones
y con el cual descubrirá el arte de los centros artísticos más
importantes de la península, con el fin de conocer a los maestros
italianos y completar así su formación pictórica. Además, durante su
estancia se concentró en pintar y dibujar todo tipo de ruinas de la
antigüedad, monumentos, arcos y templos que encontraba por las calles de
Roma. En la primavera de 1606, y habiendo retornado ya a Ámsterdam, el
joven Adren van Nieulandt de 22 años se casó con Anna Hustaert.
Su labor pictórica es innegable, pero
por aquel entonces Nieulandt era más conocido como poeta y dramaturgo
que como pintor. En Amberes se convirtió en miembro de la cámara de
retórica entre 1613 a 1621. Incluso en el mayo de 1620, obtuvo el premio
al mejor poema en un concurso de retórica. Su pasión por la escritura
se la trasladó a su hija Constantia, la cual se convertiría también en
una poeta muy respetada.
Pero retornando a su obra pictórica, sus
esplendidos paisajes se caracterizan por la división tonal del color
del cuadro en dos bandas: una más oscura en primer término, reflejo de
un mar agitado o de la sombra de la vegetación; y una alejada en
perspectiva y que contrasta por sus tonalidades más claras y brillantes,
dando lugar a una gran luminosidad y una línea del horizonte
desdibujada. Se crea así una clara sensación de lejanía y en el fondo
las formas parecen desvanecerse al entremezclarse con las nubes del
cielo. Estos contornos difuminados y desdibujados contrastan también con
un primer plano perfectamente detallado, donde cada elemento es
representado con una cuidadísima minuciosidad. Asimismo, son comunes en
su obra los puntos de horizonte bajos, aportando una mayor naturalidad a
sus paisajes finales.
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